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Sonríe....

Un niño se sienta a la mesa donde momentos antes comía junto a sus padres. Ajeno a cualquier otra cosa, centra su atención en los juguetes que tiene delante. Una pequeña casita con tres muñecos, dos grandes y uno más pequeño. El niño deja este último sentado en el suelo de la casita mirando hacia una diminuta ventana. Coge a los otros dos, una muñeca y un muñeco, sujetándolos con ambas manos, y los mueve en una coreografía que semeja la de una conversación. Al fondo, en el piso donde vive el pequeño, una persona irrumpe desde el pasillo. Un hombre de mediana edad. Parece agitado y con prisa. Se acerca al sofá y levanta los cojines, Nada. En las estanterías, remueve libros y decoración, tampoco. Busca algo sin mucho éxito. Se oye a alguien gritar desde algún lugar de la casa, la distancia convierte su voz en poco más que un simple murmullo. El hombre, alterado, responde con escasas y ásperas palabras. Cada vez más irritado, empieza a mover y desordenar todo con ímpetu y mayor torpeza. Otra persona entra en la habitación. Una mujer algo más joven. Se muestra tensa y enfadada. En su mano lleva lo que parece un manojo de llaves que zarandea con sorna delante de él mientras le pregunta desafiante si es lo que estaba buscando. El hombre, que ya se había dado la vuelta al oír el ruido, le exige que se las devuelva. Quiere salir de allí cuanto antes. Ella las esconde a su espalda, y se ríe cuándo el amaga por cogerlas. El pequeño continúa sentado a la mesa. No repara en sus padres, que siguen discutiendo a su espalda. Aún juega con sus dos muñecos, los cuáles ahora se mueven e interactúan entre sí con más fuerza. Los agita uno sobre otro por turnos a escasos centímetros de distancia. Los movimientos son duros y enérgicos. Los padres continúan la discusión, cada vez más acalorada. Ella le increpa y le grita. El intenta quitarle las llaves sin éxito. Se aleja. No le demuestra respeto ninguno. Ella siente una gran tristeza ante la situación, pero su orgullo no le deja retroceder lo más mínimo. Él sabe que le hace daño, pero no le importa. Sabe que es él quien lo provocó, y aunque lo lamenta, solo piensa en salir de allí para no volver. Ninguno de los dos presta la más mínima atención al niño, y solo lo nombran a modo de reproche buscando el dolor ajeno. Los muñecos prosiguen lo que ahora ya es una discusión, sincronizando sus movimientos con los de los padres en total simetría. Cuándo la madre interviene, la muñeca se eleva levemente sobre la mesa, mirando desde lo alto al muñeco, y agitándose con intensidad. A continuación, el muñeco replica, elevándose a la misma altura, y acompañando la intervención del padre. El baile violento que dibuja el niño con sus muñecos continúa creciendo en intensidad. Los padres siguen enzarzados entre ataques e insultos cada vez más duros y dolorosos. La ira crece en ambos mientras sus voces de elevan, se cortan, se quiebran. El hombre pierde el control por un momento y empuja a la mujer, que llega a moverse algo más de medio metro hacia atrás dejando caer las llaves entre los dos. Se produce un corto silencio mientras se miran. Ella se mantiene inmóvil, desconcertada. Él se asusta al ver lo que acaba de hacer. Piensa que tiene que salir de allí, que todo debe de acabar. Recoge las llaves del suelo, coge su abrigo y se dirige a la puerta. Ella reacciona, le grita que le da igual que se valla de su casa, que no se moleste en volver porque ella ya no estará allí, que no le necesita, que le odia. Las lágrimas le empiezan a caer por sus mejillas cuándo él abre la puerta para desaparecer. Tras el portazo, ella se derrumba. Todo el dolor y sufrimiento se mezcla con el amor que siente por él. Ya no volverá a verlo nunca. Llora, grita y solloza. Como respuesta recibe el eco de su propia voz. Los muñecos del niño siguen discutiendo, aunque poco a poco la calma comienza a cobrar protagonismo. Se acercan el uno al otro despacio manteniendo de nuevo una conversación simple, ahora algo más lenta,… casi íntima. A escasos milímetros de distancia, el muñeco se acerca lo suficiente para besarla. Sus brazos la rodean, y ella responde. El niño los conduce juntos a la habitación de la pequeña casita y los mete en la cama. El pequeño muñeco, continúa sentado frente al pequeño ventanal de la casa de muñecas. En la cara del niño se dibuja una sonrisa. Fin.

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